ĆLTIMA HORA
EN DOLOR


ARTĆCULO
DOLOR ONCOLĆGICO EN ATENCIĆN PRIMARIA
Con frecuencia, el dolor es el primer sĆntoma del cĆ”ncer, aunque puede presentarse durante cualquier fase de la enfermedad. Se trata de un sĆntoma frecuente y prevalente que afecta al 39% de los pacientes tras el tratamiento, el 55% lo padecen mientras reciben quimioterapia o radioterapia y hasta un 66% de los pacientes con cĆ”ncer avanzado presentan dolor1ā3. AdemĆ”s, se sabe que el dolor crónico es una consecuencia comĆŗn de los tratamientos contra el cĆ”ncer y, si no se trata, tiene un impacto considerable en la calidad de vida de los supervivientes4.
La presencia y la gravedad del dolor tienen importantes implicaciones clĆnicas que pueden influir negativamente en los resultados del enfermo. Un mal control del dolor tambiĆ©n se asocia con mayor malestar psicológico, disminución de las actividades sociales y menor apoyo social1,2. Por tanto, un manejo adecuado del dolor en estos pacientes, es fundamental para mejorar su calidad de vida y sus resultados en salud2.
Sin embargo, el dolor oncológico sigue sin recibir la atención adecuada. Un estudio sistemÔtico mostró que, a pesar de que su infratratamiento disminuyó un 25% entre 2007 y 2013, actualmente un tercio de los pacientes con cÔncer aún no reciben un tratamiento adecuado para el dolor2.
Debido al crecimiento de la prevalencia del cĆ”ncer, los oncólogos del futuro se verĆ”n desbordados, y sin tiempo para manejar adecuadamente el dolor4. Por ello, todos los clĆnicos que atienden pacientes con cĆ”ncer deberĆan conocer cómo abordarlo de manera efectiva2.
La concienciación es la primera barrera
Una encuesta nacional realizada entre oncólogos de EEUU mostró que desconocĆan su capacidad real de manejo del dolor en sus pacientes, ya que evidenció una discrepancia entre lo que creĆan conocer y cómo respondieron a un caso clĆnico de muestra2. Esta encuesta tambiĆ©n reveló que la mediana de tiempo que dedicaban anualmente a la educación sobre el tratamiento del dolor era de aproximadamente 1,3 horas2.
Los oncólogos no siempre entendĆan los principios comunes del tratamiento del dolor, como la titulación equianalgĆ©sica de las dosis de opioides, o las diferencias entre pseudoadicción, tolerancia, dependencia fisiológica o trastornos por consumo de sustancias2. Sin embargo, con frecuencia la intensidad del dolor en los pacientes con cĆ”ncer hace necesario el uso de opioides para su control. Es fundamental, por lo tanto, que los oncólogos, y el resto de clĆnicos que atienden a los pacientes con cĆ”ncer, reciban formación adecuada sobre el uso seguro y efectivo de los opioides en los casos de dolor oncológico
Pero tambiĆ©n existen otros obstĆ”culos para el tratamiento de dolor oncológico. En este sentido, aunque desde 1999 se consideró el dolor como el 5Āŗ signo vital, en 2006 los datos mostraban que este criterio no habĆa cambiado la calidad del manejo del dolor, por lo que en 2016 la Asociación MĆ©dica Americana retiró su recomendación de monitorizar el dolor como un signo vital2.
Las creencias de los pacientes también pueden plantear obstÔculos. Por ejemplo, pueden rechazar el tratamiento por asociarlo a actuaciones paliativas, a la progresión de la enfermedad o por las connotaciones sociales de los opioides mayores2,3.
Tampoco hay que despreciar los obstÔculos económicos ya que, en algunos sistemas sanitarios, el coste del tratamiento del cÔncer es muy elevado2.
Todas estas circunstancias hacen que el abordaje del dolor oncológico, especialmente el avanzado, o incluso el refractario constituyan un reto, no sólo médico, sino también ético3.
Un problema con muchas formas
La clasificación fisiopatológica habitual del dolor (somÔtico, visceral y neuropÔtico) se complica en el dolor oncológico, donde los pacientes padecen varios tipos de dolor en función de su origen o su duración3.
Por ejemplo, el dolor basal es un dolor continuo que precisa una medicación pautada, no a demanda. Por lo general la dosis es progresiva y puede existir la necesidad de administrar dosis āde rescateā para su control, o fĆ”rmacos adyuvantes si se reactiva3. Luego estĆ”n las crisis de dolor irruptivo, o exacerbaciones transitorias , sobre el dolor basal que ha sido controlado con la medicación pautada3.
A su vez, el dolor irruptivo puede ser incidental, cuando la causa desencadenante es conocida (algĆŗn movimiento o actividad concreta) y que se debe āprevenirā con dosis extra de analgesia. Aparece hasta en un 65% de los pacientes terminales. Pero el dolor irruptivo tambiĆ©n puede ser espontĆ”neo, que no tiene un desencadenante conocido y que no obedece a un patrón. Se usan analgesias de acción rĆ”pida para que exista el menor tiempo posible de latencia entre la toma y el efecto analgĆ©sico3.
El dolor tambiĆ©n puede deberse a un fallo de final de dosis y aparecer cuando, tras un tiempo variable bajo control, el paciente indica que aparece dolor antes de la siguiente toma de analgĆ©sico. SerĆa necesario aumentar la dosis del tratamiento basal o reducir el espacio entre dosis3.
TambiĆ©n hay un tipo de dolor que aparece debido a los tratamientos anticĆ”ncer, se trata del dolor iatrogĆ©nico. Por ejemplo, la radioterapia causa radiodermitis, mucositis o dolores neuropĆ”ticos, mientras que la quimioterapia causa mucositis y dolores neuropĆ”ticos3. Estos Ćŗltimos son frecuentes en la quimioterapia con cisplatino, taxanos y alcaloides de la vinca, que producen neuropatĆa perifĆ©rica dolorosa con disestesias, sensación de quemazón en los pies y manos y alteraciones en la sensibilidad vibratoria y propioceptiva3.
Hasta un 15% de los pacientes presentan dolor refractario al tratamiento con opioides, y su diagnóstico es fundamental, ya que es muy común que origine una errónea orientación terapéutica3.
En cualquier caso, podemos decir que el dolor oncológico es un dolor total, ya que actĆŗa negativamente sobre la salud fĆsica y mental del paciente, afectando a su capacidad funcional, recursos económicos y a su ambiente social. Su abordaje debe ser multidisciplinar y continuado y debe intentar abordar todas las esferas que se ven afectadas por el cĆ”ncer3.
La clave estÔ en la evaluación
El manejo del dolor oncológico comienza con una evaluación integral, de la intensidad del dolor, su etiologĆa y su fisiopatologĆa. TambiĆ©n de lo que el paciente describe como intensidad del dolor objetivo y su impacto funcional2.
Las fluctuaciones en los patrones de dolor son muy importantes (cuÔl es la intensidad mayor, la menor y el promedio en la última semana) junto con la respuesta al tratamiento analgésico durante un periodo de tiempo razonable2. Para ello se recurre al relato del paciente, los diarios de dolor o, mejor aún, a ambos2.


La mayorĆa de los dolores que no estĆ”n relacionados con una emergencia oncológica (compresión de la mĆ©dula espinal, fractura inminente, sĆndrome de vena cava superior, etc.) pueden tratarse eficazmente en el Ć”mbito ambulatorio2.
La escalera y el dolor
Es aconsejable manejar el dolor con un plan analgésico multimodal para lograr un control óptimo y una mejor calidad de vida de los pacientes con cÔncer1,2. Uno de los primeros pasos en el manejo es establecer expectativas adecuadas, asà se consigue una mayor satisfacción y adherencia al tratamiento2.
El tratamiento se guĆa por la āEscalera AnalgĆ©sica de la OMSā en la que la elección del analgĆ©sico se determina por la intensidad del dolor2,3:
En su primer escalón se usarĆan analgĆ©sicos bĆ”sicos, generalmente de venta sin receta (paracetamol, algunos AINE...). En el segundo escalón entrarĆan los considerados opioides dĆ©biles como el tramadol y la codeĆna y los opioides mĆ”s potentes se usarĆan en el tercer escalón2.
Muchos clĆnicos reciben poca información sobre cuĆ”ndo o cómo rotar de manera segura los opioides, incluido el cĆ”lculo de dosis equianalgĆ©sicas. Muchos efectos adversos que ocurren al inicio o ajuste de dosis son limitados en el tiempo, por lo que no deberĆan desencadenar una rotación de tratamientos2.
También se usan los llamados adyuvantes analgésicos, que son medicamentos que pertenecen a diferentes grupos farmacológicos y que se asocian a los analgésicos en el tratamiento del dolor oncológico, sobre todo si concurren otros tipos de dolor, o predomina el componente neuropÔtico3.
Recientemente se ha aƱadido un nuevo escalón que recuerda a los clĆnicos la conveniencia de considerar intervenciones no farmacológicas como opciones de manejo2. Entre estas se encuentran la radioterapia (el 50% de la utilizada se considera paliativa) y algunas intervenciones quirĆŗrgicas como la analgesia epidural/intratecal, bloqueos nerviosos etc2,3.
Ćltimamente tambiĆ©n ha ganado auge la medicina integrativa, sobre todo por el interĆ©s mostrado por los pacientes. Se estima que hasta un 31% de los enfermos de cĆ”ncer usan acupuntura. Otra disciplina interesante es el āmindfulnessā, ya que teniendo en cuenta el nĆŗmero y la complejidad de los factores que influyen en el bienestar general del paciente, podrĆa ser una herramienta importante, junto con el tratamiento farmacológico, ya que hay evidencia de su influencia positiva en los biomarcadores asociados al estrĆ©s2.
Cuando el dolor se debe a la carga tumoral o a fracturas, puede esperarse que la aplicación de la escalera analgésica lo mejoren. Sin embargo, los dolores neuropÔticos responden de manera diferente.
El dolor en los supervivientes del cƔncer
El dolor en los supervivientes del cĆ”ncer puede indicar la aparición de recurrencias, lo que requerirĆa una evaluación completa, incluyendo pruebas de imagen. Sin embargo, en los supervivientes que desarrollan dolor en ausencia de neoplasias activas, el manejo debe ser similar al de pacientes con dolor crónico sin historia de cĆ”ncer2.

Figura 1. Evidencia de factores de estilo de vida modificables que contribuyen al dolo crónico en supervivientes de cÔncer. Adaptada de Lahousse A, et al. 20214. Abreviaturas: TCC(-I) Terapia Cognitiva Conductual (insomnio). CCCE: Control Cognitivo Conductual del Estrés. MA: Meta-anÔlisis; REBM: Reducción del Estrés Basado en Mindfulness; RP: Razón de Probabilidad.
Sin embargo, con frecuencia los supervivientes encuentran difĆcil recibir un tratamiento adecuado para su dolor crónico4. Por ello, la formación de los clĆnicos es clave. En estos pacientes es fundamental identificar los factores que facilitan la cronificación del dolor, sobre todo los factores psicosociales y de estilo de vida, que sean modificables.
Entre estos se encontrarĆan el estrĆ©s, que puede ser manejado por Terapia Cognitivo Conductual (TCC), yoga⦠TambiĆ©n el insomnio que forma un cĆrculo vicioso con el dolor. La obesidad, el tabaquismo y el consumo excesivo de alcohol tienen un claro impacto en la salud general.
Por otro lado, la actividad fĆsica ha demostrado tener un impacto positivo en la salud. lamentablemente, la adherencia es baja y serĆa necesario el desarrollo de nuevas estrategias que aumenten la motivación de los pacientes para mejorar los resultados a largo plazo4.




ENTREVISTA
LA VOZ DEL DOLOR CRĆNICO

LEONOR MĀŖ PĆREZ VEGA, Doctora en Derecho de la Universidad de Valladolid, e ISABEL LĆPEZ RAMOS, Abogada y Miembro Fundador del Proyecto Solidario āPan y Pepinilloā (Plataforma de Pacientes con Dolor Crónico), ponen voz a los 8 millones de personas que sufren dolor crónico en EspaƱa.

ARTĆCULO
ĀæSABĆAS QUE LA OBESIDAD PUEDE DOLER?
El gran problema de la obesidad
Desde 1975 se ha dado un crecimiento alarmante de la obesidad a nivel mundial, y la OMS alerta de que hasta 2016, la prevalencia se habĆa triplicado. Y ha seguido creciendo hasta nuestros dĆas. Paradójicamente, ha sido la mejorĆa de las condiciones de vida, con el aumento de la ingesta de alimentos de alto contenido calórico y el descenso de la actividad fĆsica debido a formas de trabajo cada vez mĆ”s sedentarias, la que ha causado el asombroso crecimiento de la obesidad en todo el mundo1.
La situación es tan alarmante que, a nivel mundial, el sobrepeso y la obesidad estĆ”n relacionados con un mayor nĆŗmero de muertes que el peso insuficiente. En general, hay mĆ”s personas obesas que con peso inferior al normal, y esto sucede en todas las regiones, salvo en partes de Ćfrica subsahariana y Asia1. SegĆŗn datos de la OMS, en 2016 mĆ”s de 1900 millones de mayores de 18 aƱos tenĆa sobrepeso, de los que 650 millones eran obesos1. Algunos estudios apuntan que, con la tendencia actual, hacia 2030 el 58% de la población mundial podrĆa ser considerada obesa o con sobrepeso3.
El riesgo de contraer enfermedades no transmisibles (como las enfermedades cardiovasculares, la diabetes, los trastornos del aparato locomotor y algunos tipos de cƔnceres) crece con el IMC1.
Ante esta situación, la OMS ha creado el Plan de Acción Mundial para la Prevención y el Control de las Enfermedades No Transmisibles con el que pretende que en 2025 se alcance una reducción relativa del 25% en la mortalidad prematura por estas enfermedades, para lo que es fundamental detener el aumento de la obesidad a nivel mundial y volver a las tasas de 20101.
La obesidad y el dolor: compaƱeros inseparables
La literatura muestra un sinfĆn de trabajos que relacionan la obesidad con el dolor. Entre ellos es famoso el resultado de una encuesta de Gallup realizada entre 2008 y 2010 entre mĆ”s de un millón de estadounidenses. Cuando se les preguntó por el dolor, las personas con sobrepeso (IMC entre 25 y 29,9) mostraron una tasa de dolor un 20% superior a la de las personas sin sobrepeso. Alarmantemente, la tasa de dolor diario de las personas con obesidad clase III era un 254% mayor a la de las personas con IMC normal3. Por tanto, la obesidad parece incrementar el dolor, y a mayor IMC, mayor dolor3.
Otro trabajo muestra que, en las mujeres con artrosis, el IMC es un 24% superior al de las mujeres sin artrosis, y se ha comprobado que las articulaciones degeneran mĆ”s rĆ”pidamente en las personas con sobrepeso. Los estudios relacionan la sobrecarga de las estructuras de la columna vertebral con el dolor lumbar en las personas obesas3,4. AdemĆ”s, se sabe que el estilo de vida sedentario y la actividad fĆsica insuficiente se asocian con el incremento de la incidencia del dolor lumbar y que son factores de riesgo independientes para el desarrollo de la obesidad, confirmando la relación entre obesidad y dolor lumbar5. Un estudio reciente concluyó que el 80,6% de la población obesa presentaba dolor lumbar, frente al 60% de las personas con IMC normal5.
AdemÔs, se ha demostrado que la obesidad es un factor de exacerbación de la migraña3 y una comorbilidad frecuente en la fibromialgia. Los estudios apuntan a que un 32-50% de los pacientes con fibromialgia presentan obesidad y el 21-28% sobrepeso3.
El sobrepeso y la obesidad también se relacionan directamente con el desarrollo de artrosis, la causa mÔs frecuente de artralgia y de discapacidad, y que se caracteriza por la estenosis del espacio articular y la esclerosis subcondral3. En los pacientes con sobrepeso se ha observado un aumento del riesgo de artrosis de rodilla 2,2 veces superior al de las personas con peso normal. En el Reino Unido, el 69% de las prótesis de rodilla se implantan en mujeres de mediana edad debido a la obesidad3.
ĀæIMC, obesidad central o grasa corporal?
Las afecciones musculoesquelĆ©ticas ocupan el segundo lugar mundial tras las afecciones mentales en cuanto a aƱos vividos con discapacidad. El dolor musculoesquelĆ©tico puede llevar a evitar la actividad fĆsica y el aumento de peso, que puede conducir a la obesidad2. Hemos establecido la relación bidireccional que existe entre esta Ćŗltima y el dolor musculoesquelĆ©tico, pero es necesario comprender mejor esta relación para establecer mejores tratamientos2.
Hoy dĆa crece la evidencia de que el peso corporal no serĆa el mejor indicador del riesgo de dolor musculoesquelĆ©tico, sino el contenido en grasa corporal. Existen estudios que demuestran que la obesidad estĆ” relacionada con el dolor causado por el impacto con el suelo, mientras que la masa muscular protegerĆa frente a estos impactos, por lo que la relación entre estos dos tejidos es mĆ”s importante que el peso en si2.
AdemĆ”s, el tejido adiposo es un activo órgano endocrino que, cuando estĆ” hipertrofiado, secreta gran cantidad de citoquinas proinflamatorias como el factor de necrosis tumoral (TNF), la interleucina-6 (IL-6) y la interleucina-1β (IL-1β) y hormonas que pueden generar un marco de inflamación crónica de bajo grado relacionado con el dolor musculoesquelĆ©tico2,5. AdemĆ”s, los obesos tienen altas concentraciones de PCR, un marcador inflamatorio de fase aguda que produce el hĆgado en contacto con IL-65.
Todos estos argumentos hacen pensar a algunos autores que el IMC no tiene en cuenta la composición de los tejidos, ni su distribución. Tampoco considera las diferencias debidas a la edad o el sexo. Por eso proponen que el IMC sea sustituido por el Ćndice de Grasa Corporal (IGC) en cuanto a factor de riesgo para el dolor musculoesquelĆ©tico2.
EL IGC es fĆ”cil de medir con tĆ©cnicas como la absorciometrĆa de rayos X de energĆa dual, el anĆ”lisis de impedancia bioelĆ©ctrica y el espesor del pliegue cutĆ”neo. Los estudios han demostrado que su nivel elevado se relaciona con un mayor riesgo de dolor articular, dolor lumbar, de pies y rodilla2.
Sin embargo, otros autores abogan por el uso de la circunferencia de cintura y la relación entre la circunferencia de la cintura y de la cadera. Se trata del Ćndice de Obesidad Central (OC), que estima razonablemente bien la proporción de tejido adiposo visceral y subcutĆ”neo6. AdemĆ”s, es muy sencillo de medir6.
No existen muchos estudios que relacionan la OC con la osteoartritis (OA), pero sĆ en su relación con el sĆndrome metabólico y la OA. La obesidad abdominal tiene una alta correlación con las enfermedades cardiovasculares (EC) y con la mortalidad coronaria. Por otra parte, se ha observado que el riesgo de EC en las personas con OA es un 24% superior al del resto de la población y es la mayor causa de mortalidad especĆfica en este grupo6.
Algunos trabajos han demostrado el mayor valor predictivo de la OC frente al IMC como factor de riesgo de EC en mujeres con OA, concluyendo que podrĆa influir en la aparición temprana de sĆntomas articulares ademĆ”s de ser un factor de riesgo de EC en mujeres con OA6.
Tratamiento del dolor en personas obesas
El tratamiento del dolor en personas con sobrepeso tiene dos vertientes: la conveniencia de pƩrdida de peso, y las particularidades de estos pacientes frente a los tratamientos analgƩsicos.
¿Cómo pueden reducirse el sobrepeso y la obesidad?
El sobrepeso y la obesidad, asĆ como las enfermedades no transmisibles vinculadas, son prevenibles en su mayorĆa. Para su prevención son fundamentales unos entornos y comunidades favorables que permitan influir en las elecciones de las personas. El objetivo es que la opción mĆ”s sencilla (la mĆ”s accesible, disponible y asequible) sea la mĆ”s saludable, en materia de alimentos y actividad fĆsica periódica1.
A su vez, es conveniente recomendar a los pacientes que limiten el consumo de grasa total y de azĆŗcares, aumentado las frutas y verduras, legumbres, cereales integrales y frutos secos1. AdemĆ”s, es conveniente realizar una actividad fĆsica periódica (60 minutos diarios para los jóvenes y 150 minutos semanales para los adultos)1,4.
Pero la simple recomendación de la pĆ©rdida de peso no es suficiente, pues hay factores genĆ©ticos y metabólicos que contribuyen al cuadro clĆnico completo y que deben ser contemplados. Los pacientes obesos pueden haber tenido muchas experiencias negativas en sus vidas, incluyendo su relación con los mĆ©dicos, que a menudo los contemplan como personas que han creado su propio problema3. Es fundamental dedicar el tiempo necesario a estos pacientes, y animarles a participar en la planificación de su tratamiento, ayudĆ”ndoles, sobre todo, a establecer objetivos realistas y alcanzables3.
El tratamiento del dolor en las personas obesas
Como es habitual, con independencia del origen del dolor, es necesaria una estrategia multifactorial para conseguir el mejor resultado3. Hay que tener en cuenta que la eficacia de los analgĆ©sicos puede estar influida por el IGC. En los pacientes con mucho tejido adiposo, la unión de los analgĆ©sicos a las proteĆnas estĆ” reducida, lo que puede hacer necesario un cĆ”lculo personalizado de las dosis3. TambiĆ©n hay que considerar la presencia de esteatosis hepĆ”tica o la reducción de la función renal3.
Los pacientes obesos pueden tolerar los opiÔceos, pero requieren un control mÔs estrecho para evitar la sedación o la depresión respiratoria. En muchos de estos pacientes aparece la apnea del sueño, que es un factor de riesgo para la depresión respiratoria con el uso de opioides3.
Por supuesto, las opciones deben incluir, ademÔs de la medicación, otras formas de tratamiento, como la acupuntura, la anestesia regional o la medicina integrativa.
El ejercicio fĆsico es un tratamiento no farmacológico importante para el dolor musculoesquelĆ©tico en personas obesas5,7. Existen estudios con diversos regĆmenes de ejercicio. Entre ellos, el entrenamiento por intervalos de alta intensidad (entrenar repetidamente a una alta intensidad durante 30 seg. separados por intervalos de recuperación de 1 a 5 min.) ha llamado la atención de los mĆ©dicos, debido a su efecto en la reducción de los depósitos de grasa y la mejorĆa de la capacidad aeróbica5. AdemĆ”s, los pacientes encontraban mĆ”s satisfacción en este tipo de entrenamiento5.
Otros tipos de ejercicios recomendados para los pacientes obesos con dolor son el yoga y el pilates. El yoga es una prĆ”ctica de cuerpo-mente que usa movimientos de peso corporal en suelo, tĆ©cnicas de respiración, meditación y relajación, promoviendo adaptaciones psicofisiológicas asociadas con la mejora de los parĆ”metros antropomĆ©tricos, la composición corporal y la condición fĆsica7. Similares beneficios se obtienen con el pilates, y ambos se consideran ejercicios eficientes, seguros y atractivos7.
La obesidad es un gran problema a nivel mundial. Se trata de una enfermedad no transmisible altamente relacionada con las enfermedades cardiovasculares, la diabetes, algunos tipos de cƔncer y afecciones musculoesquelƩticas. Cuando concurren obesidad y dolor, el mƩdico se halla frente a un reto en el que no debe olvidar la obesidad como factor contribuyente al dolor y considerar las particularidades que la obesidad confiere al paciente.




ARTĆCULO
LOS CUIDADOS PALIATIVOS EN ATENCIĆN PRIMARIA
Lamentablemente, tenemos que asumir que la muerte es un resultado de salud universal1. AdemĆ”s, hoy en dĆa gracias a los avances cientĆficos y tĆ©cnicos2, sólo una pequeƱa proporción de las muertes son repentinas, y la mayorĆa de las personas mueren a una edad avanzada, tras una trayectoria predecible y despuĆ©s de un periodo prolongado de discapacidad, fragilidad y enfermedad. La muerte se produce āen un momento impredecible debido a una enfermedad crónica predeciblemente fatalā1.
La mayorĆa de las personas en el mundo occidental dicen que preferirĆan recibir atención en el final de la vida y morir en casa1,3. Sin embargo, frecuentemente estos deseos no se cumplen y la muerte en casa se ha propuesto como una medida de la calidad de las atenciones del final de la vida1,3.
Esta discrepancia entre los deseos de los pacientes y la realidad, evidencian un importante reto para los sistemas sanitarios en el que los médicos de Atención Primaria (AP) tienen una posición óptima para actuar1. Aunque los profesionales de AP pueden sentir que los cuidados paliativos (CCPP) requieren mucho tiempo, con un manejo sistematizado, pueden llegar a ser satisfactorios y eficientes1.
La definición mĆ”s reciente de cuidados paliativos fue publicada en 2018 y elaborada tras un amplio proyecto en el que participaron mĆ”s de 400 miembros de 88 paĆses de la International Association for Hospice & Palliative Care (IAHPC)4. Los CCPP se definen como āuna intervención holĆstica activa, ofrecida a personas de todas las edades que se encuentran en un intenso sufrimiento relacionado con su salud, como resultado de una enfermedad grave, especialmente aquellas al final de la vidaā4. Su objetivo es, por tanto, mejorar la calidad de vida de los pacientes, sus familias y sus cuidadores2ā4.
Algunos estudios apuntan que los cuidados paliativos podrĆan ser demandados por 20 millones de personas al aƱo a nivel mundial, de las cuales el 69% serĆ”n adultos de mĆ”s de 60 aƱos y el 6% podrĆan ser niƱos2. Se espera que el 87% de los pacientes necesitarĆ”n cuidados paliativos en 20602. Por esto, es urgente la incorporación de estos instrumentos en la prĆ”ctica clĆnica5.
Los tres procesos clĆnicos claves en los CCPP domiciliarios
Los mĆ©dicos de AP juegan un papel de centinela en el manejo de los CCPP de sus pacientes. Sin embargo, los conceptos erróneos sobre quĆ© enfermos necesitan recibir estos cuidados pueden ser un obstĆ”culo para satisfacer las necesidades de los pacientes2. En general, basta con observar tres procesos clĆnicos clave de los CCPP1.
El riesgo de deterioro y muerte
La herramienta clĆnica mĆ”s sencilla para identificar este riesgo es la pregunta sorpresa: āĀæLe sorprenderĆa que el paciente muriera en los próximos 12 meses?"1. Aunque Ćŗtil, la respuesta a esta pregunta puede ser algo subjetiva. Afortunadamente existen otros medios mĆ”s estructurados para identificar a los pacientes con indicadores de salud deteriorada y signos clĆnicos que indican una vida limitada. Se trata del SPICT (Supportive and Palliative Care Indicator Tool), que ha ganado aceptación a nivel internacional.

Figura 1. Herramienta con indicadores de cuidados paliativos y de apoyo (SPICT). Reproducido con permiso del programa internacional SPICT
El uso sistemÔtico de SPICT, junto con la pregunta sorpresa, estimula a los médicos a organizar un tratamiento de soporte integrado con el tratamiento de las afecciones subyacentes del paciente1. La identificación de las personas en riesgo permite iniciar la planificación de los tratamientos paliativos mÔs adecuados, adaptados a los deseos del paciente y con la colaboración de su entorno1.
SegĆŗn un estudio que analizó las preferencias sobre los cuidados paliativos domiciliarios de 15 pacientes con cĆ”ncer en estadio terminal, los pacientes expresaron su deseo de morir en casa de una manera estable, a pesar de la evolución de su enfermedad3. Este trabajo tambiĆ©n concluyó que los pacientes desean āmantenerse en el presenteā a lo largo de todo el proceso3. Otro deseo es āsentirse seguros y a cargo de sus propias vidasā, sobre todo cuando siente que su capacidad va declinando3.
Por Ćŗltimo, los pacientes tambiĆ©n expresan la necesidad de āser vistos y reconocidosā y que el personal sanitario mantenga un diĆ”logo abierto que los reconozca como personas autónomas involucradas en las decisiones sobre su bienestar3.

Figura 2. Modelo conceptual de las preferencias por la atención domiciliaria a lo largo del tiempo en pacientes adultos con cĆ”ncer en fase paliativa tardĆa para posibilitar la muerte domiciliaria. Figura adaptada de NysƦter TM, et al. 2022.3
Objetivos mƩdicos del plan de cuidados del paciente
Una vez que se conocen los deseos de paciente, éstos deben convertirse en instrucciones médicas precisas que los respeten. Ya sean aumentos de nivel de tratamiento, limitaciones de tratamientos activos, cesación de prescripción y soporte o traslados al hospital1. AdemÔs, el plan debe ser conocido por el paciente (si es posible), su sustituto en la toma de decisiones y otros cuidadores, lo que ha demostrado disminuir la incertidumbre y la angustia1.
Desarrollo de un plan de cuidados terminales
Cuando el pronóstico del paciente se limita a semanas o incluso dĆas, el objetivo es una evaluación regular de la comodidad del paciente y el alivio de la angustia del cuidador y de la familia1. Los cuidadores deben ser entrenados en el control de los sĆntomas sĆŗbitos para evitar el sufrimiento1.
El equipo de Cuidados Paliativos
Los CCPP implican diferentes perspectivas y dimensiones, basados en equipos que se coordinan en el Ć”mbito de la Atención Primaria1. La mayorĆa de los equipos de cuidados paliativos en el hogar estĆ”n dirigidos y coordinados de manera proactiva por el mĆ©dico de Atención Primaria. Los miembros del equipo varĆan y deben determinarse segĆŗn las necesidades del paciente y la disponibilidad local de profesionales. Incluyen mĆ©dicos, enfermeras, trabajadores sociales, terapeutas ocupacionales, otros profesionales de la salud y el farmacĆ©utico local1.
Todos ellos deben ser fiables, competentes, y sobre todo compasivos1,3, en el sentido de empatizar con el paciente y tener como objetivo reducir su sufrimiento, para ayudar a la persona a lograr una buena muerte1. Esto incluye proporcionarle comodidad, apoyo psicológico y sensación de seguridad, aliviando el temor al proceso de morir1,3.
Un aspecto clave es la puntualidad o la rutina, asĆ como la continuidad de los profesionales, lo que aporta a los pacientes predictibilidad y seguridad en su vida cotidiana. Las situaciones impredecibles causan estrĆ©s en los pacientes, sentimientos de pĆ©rdida de energĆa, ansiedad e irritación3.
TambiĆ©n hay que comprender que algunos mĆ©dicos de cabecera pueden estar desbordados y con grandes dificultades para ofrecer CCPP a sus pacientes, en estos casos, lo conveniente es organizar una alternativa razonable que cumpla los deseos del paciente y los objetivos clĆnicos1.
Los cuidados paliativos en EspaƱa
En nuestro paĆs, los CCPP forman parte de las transferencias de salud que asumieron las CCAA6. Iniciaron su implantación y desarrollo en los aƱos ochenta y noventa del siglo pasado como resultado de iniciativas personales, muchas veces con el apoyo de instituciones como la Asociación EspaƱola contra el CĆ”ncer y la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios6.
A finales de los años noventa, el Ministerio de Sanidad y Consumo se planteó actualizar las estructuras y la planificación sanitaria para integrar la atención paliativa en los Servicios de Salud, y en 2001 se publicaron las Bases para el Desarrollo de un Plan Nacional de Cuidados Paliativos, con un modelo de atención integral e interdisciplinar que permitiera responder a las necesidades reales de la población6.
Con la descentralización de la sanidad, cada comunidad autónoma comenzó a desarrollar planes para la implantación de los CCPP en cada una de ellas6. Sin embargo, en un trabajo publicado en EspaƱa en 20196, se aprecia que tras el trabajo realizado para promover estos programas, no se observa el mismo interĆ©s por renovarlos, actualizarlos y mantenerlos vigentes6. SegĆŗn indica este informe, la actualización continua de estos planes los convertirĆa en una ayuda real para mejorar la calidad y la extensión de los cuidados y de la atención paliativa en las CCAA6.

Figura 3. Planes estratégicos de las comunidades autónomas. Figura adaptada de SÔnchez Gutiérrez ME, et al. 2019.6
Imprescindibles en el futuro
El envejecimiento de la población y el deseo creciente de los pacientes de morir en casa, en un ambiente familiar y seguro, nos dirigen a un aumento importante de la necesidad de CCPP en el futuro. Los pacientes y sus familiares demandarÔn cuidados cada vez mÔs completos para mejorar su calidad de vida2.
Los pacientes desean mantener una vida con significado hasta el momento de su muerte, con autonomĆa y reconocimiento. SerĆ” necesario un equipo de cuidadores competentes, organizados y compasivos, a la vez que equipos estables y rutinas de cuidados. La muerte en el hogar requerirĆ” de un enfoque centrado en la persona, con reevaluación continua del plan de cuidados y el uso de herramientas avanzadas3.
La evidencia muestra que los equipos de AP, por su proximidad al paciente y su familia, son mÔs que adecuados para colaborar en los CCPP del paciente, aunque aún es necesario profundizar y organizar adecuadamente los CCPP domiciliarios4.





MĆS ALLĆ DEL DOLOR
EL DOLOR EN LAS ENFERMEDADES RARAS
El problema de salud mƔs frecuente
SegĆŗn la Encuesta Europea de Salud en EspaƱa de 2020 (EESE 2020), el dolor fĆsico de cualquier intensidad afecta al 40,26% de la población mayor de 15 aƱos1, y es uno de los motivos de consulta mĆ”s frecuentes en Atención Primaria2. Las mujeres son las mĆ”s afectadas con un 47,54%, frente a un 32,54% de los hombres1. AdemĆ”s, la prevalencia de dolor aumenta con la edad, y encontramos que el 56,69% de la población mayor de 65 aƱos lo padece, siendo el 70,91% en los mayores de 85 aƱos1. En cuanto a su intensidad, el 11,68% de los mayores de 65 aƱos refieren dolor de intensidad extrema1.

Figura 1. Figura adaptada de Instituto Nacional de EstadĆstica. Encuesta Europea de Salud en EspaƱa (EESE 2020). Accessed February 2, 2023. https://www.sanidad.gob.es/estadEstudios/estadisticas/EncuestaEuropea/EncuestaEuropea2020/EESE2020_inf_evol_princip_result.pdf1
AdemĆ”s, el dolor puede a su vez clasificarse en función de su fisiopatologĆa. Si el dolor persiste mĆ”s de 3-6 meses, se trata de un dolor crónico, y este puede ser benigno o maligno (todos los dolores secundarios a un proceso oncológico o sus tratamientos)3.
Todos estos tipos de dolor pueden a su vez clasificarse en función de su fisiopatologĆa. El transmitido por el sistema somatosensorial serĆ” nociceptivo si tiene su origen en un tejido corporal: visceral si procede de órganos internos y somĆ”tico si es del resto de tejidos del cuerpo. Si el sistema somatosensorial se altera por una lesión o enfermedad evidenciable se trata de un dolor neuropĆ”tico. Por Ćŗltimo, el dolor psicógeno es el que no puede atribuirse a una causa orgĆ”nica3.
Los mĆ©dicos de Atención Primaria saben que el 37% de las personas que consultan por dolor son pacientes oncológicos (hasta un 67,6% de los pacientes con enfermedad avanzada padecen dolor). TambiĆ©n, que en la mayorĆa de sus pacientes (71% en algunos estudios) el dolor es de origen musculoesquelĆ©tico2. No en vano, las enfermedades reumĆ”ticas son la primera causa de incapacidad y el 20% de la población adulta las padece, sobre todo vinculadas a patologĆas degenerativas como la osteoporosis o la artrosis3.

Tabla 1. Prevalencia de distintas enfermedades reumÔticas en la población general.3
Sin embargo, en ocasiones aparecen pacientes que no se incluyen en los patrones normales, cuyo dolor presenta aspectos que no encajan en la prĆ”ctica habitual. Son dolores de origen diferente, con una cohorte de sĆntomas que pueden desconcertar al clĆnico. En estos casos, podemos estar ante una de las muchas enfermedades raras que cursan con dolor.
Los quistes de Tarlov
Uno de estos casos podrĆa responder a los quistes de Tarlov (QT). TambiĆ©n son conocidos como quistes perineurales o de la raĆz nerviosa del sacro. Se trata de dilataciones de las vainas de la raĆz nerviosa, que forman sacos llenos de lĆquido cefalorraquĆdeo (LCR) y que pueden causar una radiculopatĆa progresivamente dolorosa4,5. Pueden formarse en cualquier sección de la columna vertebral y hasta en un 11% de los pacientes aparecen en mĆ”s de una ubicación de la columna4.

Figura 2. (a) Exploraciones sagitales y (b) axiales de resonancia magnética que muestran múltiples quistes de Tarlov en el nivel sacro S2 que causan erosión ósea.
Aunque la literatura muestra un amplio rango de incidencias, un meta-anĆ”lisis realizado con 13.266 pacientes de 22 estudios muestra una prevalencia global agrupada del 4,27%5. En este trabajo tambiĆ©n se muestra que sólo alrededor del 15,59% manifiesta sĆntomas5.
Se piensa que los QT son un hallazgo radiológico comĆŗn, frecuentemente asintomĆ”tico, de forma que en ausencia de sĆntomas, o incluso mĆnimamente sintomĆ”tico, puede quedar sin informar por el radiólogo, o no ser considerado por el mĆ©dico que pidió la prueba4,5. Si el quiste ha estado presente durante aƱos puede aparecer erosión y remodelación del hueso sacro u otras vĆ©rtebras de la columna4. En determinadas condiciones, los quistes se llenan con mĆ”s LCR comprimiendo importantes fibras nerviosas lo que origina una variedad de sĆntomas que incluyen el dolor crónico4.
La causa de la formación de los quistes es desconocida, pero sĆ se conocen algunos mecanismos que pueden provocar un aumento de la presión del LCR, aumentando su flujo a los quistes y aumentando su volumen, provocando la sintomatologĆa. Entre aquellos estarĆan las lesiones traumĆ”ticas (caĆdas, accidentes de cocheā¦), levantar objetos pesados, el parto y las anestesias epidurales4. TambiĆ©n se ha observado su empeoramiento durante los brotes de herpes simple, sin que este, ni ningĆŗn otro virus sea la causa de los QT4. AdemĆ”s, se ha evidenciado que las mutaciones de colĆ”geno o los trastornos del tejido conectivo (Marfan, Ehlers-Danlos, Sjorgenā¦) predisponen al desarrollo de los quistes4.
En cuanto a la sintomatologĆa, es muy variada, lo que dificulta su identificación. Incluye dolor en la parte baja de la espalda, especialmente en nalgas, piernas y pies; dolor en pecho, parte superior de la espalda, cuello, brazos y manos; debilidad o calambres en piernas, pies, brazos y manos; parestesias segĆŗn la localización de los quistes; dolor sentado o de pie; dolor al estornudar o toser; incapacidad para vaciar la vejiga o retención de orina; cambios en los hĆ”bitos intestinales; inflamación del Ć”rea sacra; dolor, presión y sensibilidad en función de la localización del quiste; dolores de cabeza, a veces acompaƱado de visión borrosa, doble o presión tras los ojos; ciĆ”tica; dolor vaginal, pĆ©lvico y/abdominal; sĆndrome de piernas inquietas; disfunción sexualā¦4,5
El diagnóstico se realiza con RMN, TAC o mielograma y la aspiración del LCR de los quistes, si alivia los sĆntomas, puede confirmarlo. Sin embargo, aunque la aspiración del LCR alivie el dolor del paciente, los quistes vuelven a llenarse de LCR por lo que no es una solución definitiva4. Se ha intentado sellar los quistes con pegamento de fibrina, evitando que vuelvan a llenarse de LCR. Aunque se consiguen alivios a largo plazo, sigue considerĆ”ndose una solución temporal4.
Otros tratamientos que se han intentado son el TENS (estimulación nerviosa eléctrica transcutÔnea) que ha mostrado su utilidad en algunos casos. En cuanto al ejercicio, con frecuencia es contraproducente, mientras que otros tipos de fisioterapia como el calor o los ultrasonidos han dado mejores resultados4.
El pronóstico de los QT es variado, desde pacientes que sufren incapacidad, hasta los que mejoran notablemente. Para mejorar este pronóstico, es necesaria la formación de los profesionales de la salud, tanto en su identificación como en su manejo4.
Südeck: sĆndrome de dolor regional complejo
El SĆndrome de Dolor Regional Complejo (SDRC) es una condición crónica caracterizada por hiperalgesia y alodinia que afecta principalmente a las extremidades y frecuentemente se desarrolla tras un trauma o una cirugĆa en las mismas6. Su definición y diagnóstico ha evolucionado a lo largo de la historia, y ha sido denominado ādistrofia simpĆ”tica reflejaā, ācausalgiaā, āalgoneurodistrofiaā o āatrofia de Südeckā6.
Actualmente se consideran dos tipos de SDRC: el tipo I aparece en pacientes sin un daƱo nervioso confirmado, mientras que en el tipo II se identifica un daƱo nervioso claro. Sin embargo, el diagnóstico se basa con frecuencia en los hallazgos clĆnicos, ya que no hay pruebas especĆficas6.
La presentación clĆnica y la progresión del SDRC es variable y algunos pacientes sufren un grave deterioro de su calidad de vida, con un mal pronóstico a pesar del tratamiento. Por eso el diagnóstico e inicio de tratamiento precoces son fundamentales para limitar la progresión y mejorar la calidad de vida6.
En un estudio realizado en EEUU publicado en 2016 con datos recogidos entre 2007 y 2011 sobre 33 millones de pacientes dados de alta del hospital, el 0,07% recibieron un diagnóstico de SDRC. En un trabajo posterior con 6,5 millones de pacientes de la base de datos de la Truven Market Scan Commercial and Medicare Supplemental, se estableció una prevalencia del 1,2%6.
Entre los factores de riesgo desencadenantes mĆ”s frecuentes nos encontramos con las lesiones de las extremidades, como fracturas, los esguinces o la cirugĆa. El orden segĆŗn su frecuencia serĆa: fracturas (42%), otras lesiones traumĆ”ticas severas excluyendo las fracturas (21%), la cirugĆa (12%), el sĆndrome del tĆŗnel carpiano (7%) y el 7% no tendrĆan un desencadenante claro6. Aunque su influencia en la prevalencia del SDRC es relativamente pequeƱa6.
Otros factores de riesgo identificados son el sexo femenino, raza caucÔsica, ingresos domésticos medio-altos, y la presencia de comorbilidades como depresión, abuso de drogas o cefalea6. Sin embargo, la obesidad, diabetes, hipotiroidismo y anemia, se asocian a tasas mÔs bajas de SDRC6. La fibromialgia estÔ asociada a un riesgo 2,5 veces superior de padecer SDRC6.
La patofisiologĆa no es muy conocida, pero hoy en dĆa se admite que el SDRC se debe a una respuesta anormal del tejido al trauma, ademĆ”s de una sensibilización del sistema nervioso central y perifĆ©rico, acompaƱado de cambios inflamatorios y desregulación autonómica.
El curso clĆnico se desarrolla en dos fases. En la fase aguda o caliente, se liberan moduladores pro-inflamatorios (IL-6, IL-1β y TNF-α), mientras que en la crónica o frĆa se activan los queratinocitos, fibroblastos y osteocitos6.
El diagnóstico se realiza siguiendo los llamados criterios de Budapest (2003), que exigen la presencia de dolor desproporcionado al evento desencadenante y al menos un sĆntoma vasomotor, sudomotor/edema o trófico en el momento de la evaluación. Otro criterio es que no haya otra causa diagnóstica que explique mejor la clĆnica6.
El tratamiento precisa un enfoque multidisciplinar en el que intervienen especialistas en educación del paciente, fisioterapia y terapia ocupacional, psiquiatrĆa y medicina del dolor, junto con intervenciones farmacológicas y quirĆŗrgicas. Las terapias fĆsica y ocupacional son componentes iniciales clave para ayudar a los pacientes a superar su miedo al dolor y su cinesofobia6.
En cuanto a la medicación, se usan tratamientos sintomÔticos con el objetivo de facilitar que el paciente participe en la rehabilitación. Entre ellos se encuentran los corticoides y los AINE, aunque estos tienen poca evidencia. Los bifosfonatos han mostrado efectos positivos, sin embargo, el mecanismo es desconocido. La gabapentina ha demostrado también buenos resultados, aunque la evidencia es corta. Otros tratamientos usados son la ketamina y los antioxidantes (bÔsicamente vitamina C).
TambiĆ©n se indican algunas tĆ©cnicas quirĆŗrgicas mĆnimamente invasivas como el bloqueo simpĆ”tico o estimulación magnĆ©tica transcraneal. Se estĆ” investigando el uso futuro de micofenolato como inmunosupresor, ya que hay una evidencia anecdótica que indicarĆa que mejora el dolor neuropĆ”tico6.
Púrpura de Schönlein-Henoch
La púrpura de Schönlein-Henoch se denomina hoy vasculitis por inmunoglobulina A (IgA), y se define como una vasculitis leucocitoclÔstica (de vasos pequeños con infiltrado predominante de neutrófilos), mediada por complejos inmunes. Se caracteriza por una púrpura palpable no trombocitopénica, dolor abdominal y artritis7. Suele ser autolimitada, pero un subgrupo de pacientes experimenta un curso remitente-recidivante. Las complicaciones mÔs frecuentes son la glomerulonefritis y las hemorragias gastrointestinales7.

Figura 3. Progresión de la erupción en la vasculitis de inmunoglobulina a. (A) Etapa temprana. (B) Aparecen pĆ”pulas eritematosas, petequias y pĆŗrpura durante dĆas o semanas. (C) Petequias y pĆŗrpura en diferentes etapas de desarrollo; obsĆ©rvese el aspecto de color herrumbre de las lesiones mĆ”s antiguas. Figura adaptada de Reamy BV, et al. 2020.7
Es la vasculitis mÔs frecuente en niños, en los que aparece en 3-26,7 de cada 100.000. En los adultos la incidencia es de 0,8-1.8 cada 100.000. En los menores de 2 años, la afección suele ser leve y mÔs común en otoño e invierno, sin embargo, en los adultos es mÔs grave, con peores resultados y sin patrón estacional7.
Se debe a depósitos inmunes de IgA en el sistema gastrointestinal, articulaciones, la piel y los riƱones7. Se cree que varias infecciones bacterianas pueden desencadenarla, como el streptococcus, parainfluenza y el parvovirus humano. TambiĆ©n se piensa que algunas citoquinas y quimioquinas podrĆan estar implicadas en su desarrollo. Incluso varios trabajos la relacionan con mutaciones en alelos de HLA. Sin embargo, la patofisiologĆa aĆŗn no se ha establecido completamente7.
Se debe sospechar el diagnóstico de vasculitis de IgA en presencia de púrpura palpable junto con artralgia (75% de los pacientes) y dolor abdominal (50-65%)7.
El diagnóstico diferencial debe descartar la pĆŗrpura trombocitopĆ©nica inmune, abuso infantil, alteraciones de la coagulación, reacciones medicamentosas, pĆŗrpura senil, sepsis meningocócica, fiebre mediterrĆ”nea familiar, fiebre de las MontaƱas Rocosas, leucemia aguda, sĆndromes de insuficiencia de mĆ©dula ósea y otras vasculitis7.
La Liga Europea contra el Reumatismo junto con la Sociedad Europea de ReumatologĆa pediĆ”trica publicaron unos criterios diagnósticos con un 100% de sensibilidad y un 87% de especificidad en niƱos y 99% y 86% en adultos7.

Tabla 2. Adaptada de Reamy BV, et al. 2020.7
La sintomatologĆa incluye la vasculitis que tĆpicamente sigue a una infección respiratoria. Mientras que los niƱos presentan mĆ”s artralgia y dolor abdominal, los adultos cursan con edema en las extremidades inferiores e hipertensión7. La artralgia es mĆ”s frecuente en rodillas y tobillos que en articulaciones pequeƱas y la artritis es temporal y no daƱa las articulaciones7.
La púrpura comienza como pÔpulas eritematosas que evolucionan a petequias y púrpura palpable y que puede extenderse, sobre todo en superficies extensoras y sujetas a presión7. El dolor abdominal es tipo cólico y puede ser severo. La enfermedad renal aparece en el 50% de los casos. También puede aparecer una leve fiebre7.
El tratamiento de soporte debe ser la primera opción, ya que la vasculitis por IgA se resuelve espontĆ”neamente en el 94% de los niƱos y el 89% de los adultos. Las manifestaciones cutĆ”neas no requieren tratamiento, y el dolor articular puede controlarse con paracetamol o AINE, aunque estos Ćŗltimos estĆ”n contraindicados en presencia de afectación renal, en cuyo caso habrĆa que acudir al nefrólogo7.
La artralgia y el dolor abdominal pueden resolverse antes en los niños con el uso de prednisona, aunque sólo debe usarse en casos de dolor severo, ya que en cualquier caso se resolverÔn espontÔneamente7.
Algunos factores pueden predecir la necesidad de hospitalización: orquitis, dolor abdominal moderado o severo, artritis en dos o mÔs articulaciones, proteinuria, sangrado gastrointestinal e incapacidad para andar7.
La gravedad de la vasculitis por IgA radica en la afectación renal. Cualquier enfermedad renal basal previa a la nefritis IgA aumenta el riesgo de progresión a enfermedad renal terminal; sin embargo, se sabe menos sobre los factores predictivos de la progresión renal en adultos. Los adultos tienen un riesgo del 11% de padecer enfermedad renal terminal y del 13% de sufrir insuficiencia renal grave.
A veces, el mĆ©dico de Atención Primaria se desconcierta ante unas manifestaciones dolorosas que difieren de lo que es habitual. Aunque son poco frecuentes, puede encontrarse ante los quistes de Tarlov, el SĆndrome de Dolor Regional Complejo o la PĆŗrpura de Schonlein-Henoch, o cualquier otra de las muchas enfermedades raras que cursan con dolor.





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